Un 9 de Diciembre de 1824, concluían las guerras de independencia en la América del Sur, definitivamente sangrientas, pues habían dejado un número considerable de bajas entre combatientes y civiles. En realidad, ya las antiguas colonias hispanas eran independientes de hecho y Ayacucho sólo fue el tiro de gracia para un Imperio Español que, recalcitrante, pretendía disimular su decadencia, que sólo se había visto solapada quizás durante el reinado de Carlos III. El XVIII fue la antesala de este proceso irreversible que finalizaría en las postrimerías del XIX, cuando Estados Unidos rematara cruelmente los despojos de un Imperio “de madera” frente a un pujante nuevo Imperio de Acero, de hierro y de vapor y su última posesión americana de Cuba.
Ayacucho en sí, no constituye la “batalla decisiva”, si es que este concepto es válido desde el punto de vista estratégico. Probablemente historiadores de fuste dirán que éste honor le cupo a Maipú, batalla campal que libró San Martín en Chile, desarticulando el Imperio y anunciando con bastante anticipación la muerte del poder español en América.
Ayacucho en números no parece tan impresionante, teniendo en cuenta las monumentales batallas europeas de la época, con ejércitos casi infinitos o las futuras de la América del Norte y su Guerra de Secesión, pero vale traerla del olvido pues, a nuestro humilde criterio marcó el “Fin del principio” o mejor aún, el “punto de no – retorno” de los peninsulares a su antiguos “Reinos de Indias”. Como era de esperarse, Ayacucho no convenció completamente a la vieja y orgullosa España y la Madre Patria se tomó un tiempo considerable para reconocer la mayoría de edad de sus hijos. Sin dejar a un lado los tristes incidentes, grotescos por momentos dadas sus absurdas causas, que constituyeron la denominada “Guerra hispano – sudamericana” de 1866 y 1867 y que enfrentó nuevamente a españoles y americanos en un conflicto impensable.
Ayacucho, por otro lado, fue una victoria a todas luces de la Gran Colombia, pues la masa de sus fuerzas reconocía ese origen. Apenas 80 efectivos de las PP.UU. intervinieron en ella. Su Comandante en Jefe, el Mariscal Antonio José de Sucre, con el objeto de halagar al Libertador Simón Bolívar, proclamó la República de Bolívar, lo que luego sería Bolivia.
Para el momento de Ayacucho, las PP.UU. ya habían comenzado años antes, un lamentable derrotero de guerras fratricidas, fenómeno éste, que se duplicaría en toda América desde el Río Grande hasta el desierto pampeano. Conservadores y liberales en Méjico y Centroamérica, unitarios y federales en el Río de la Plata o Blancos y Colorados en la Banda Oriental mostrarían que a los “hijos de España” les restaba un largo camino de encuentros y desencuentros hasta la actualidad.
Ayacucho es un símbolo, pero no del camino hacia la paz tan deseada por los criollos tras años de lucha con los viejos detentadores del poder y mucho menos del acceso de los grupos mestizos o aborígenes a la cúpula dirigente. Los blancos “españoles americanos” se habían encargado de ahuyentar el “fantasma de Túpac Amaru” y reencausar sus revoluciones de élites a lo largo y a lo ancho de estas comarcas.
Ayacucho es el fin del Primer Acto de la tragedia que lleva por nombre “Latinoamérica”. Los siguientes actos, corresponden a otro artículo y Clío ya inspirará más líneas, pues la tragedia continúa…