“A la España inmortal, católica y hacedora de pueblos, que ha sufrido -por lo uno y por lo otro- los agravios de la envidia y las calumnias de los enemigos de su Fe: tributa este homenaje, de austera verdad histórica, un americano que tiene el doble orgullo de su condición de creyente y de su rancio abolengo español”. De esta manera dedicaba Rómulo D. Carbia su obra más emblemática “Historia de la Leyenda Negra Hispano-Americana”. Haceexactamente 66 años, un 1° de Junio de 1944, fallecía este insigne historiador. Formado en la Universidad Pontificia de Buenos Aires, en 1915, es nombrado director de la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Lector compulsivo, no obstante jamás dejó de releer las páginas de las Sagradas Escrituras y los clásicos en su lengua original. Profesor de la Universidad Nacional de La Plata y del Profesorado Nacional, siempre rechazó pertenecer a organismos e instituciones que vulneraran su independencia de criterio y a partir de esto último podemos deducir su reticencia a no ser parte, verbigracia, de la Academia Nacional de la Historia. Firme defensor de la historia colonial española como parte integrante del proceso histórico argentino, posición contraria a la de aquellos que desearon denostar e ignorar voluntariamente el período en cuestión y que aún hogaño halla autores filisteos dispuestos a esa mezquina labor de velar gran parte de nuestro pasado, o peor aún, tergiversarlo según sus espurios fines de lucro y demagogia aunque parezca en sí casi un desaguisado. La obra de mentas, constituyó un serio aporte para desentrañar la denominada “Leyenda Negra”, monumental fraude que pretendió y pretende negar la herencia hispánica y que no constituye más que una burda falacia maliciosa que no sobrepasa el grado de tentativa. Obtuvo un resultado brillante merced al análisis documental y no a la mera opinión, lo que caracterizó por excelencia sus inestimables aportes. Don Rómulo Carbia, historiador por antonomasia, creyente por convicción. Congruente ante sí, sin margen alguno para maniobras o cabriolas ideológicas, tan comunes en aquellos que hoy hacen la Historia y la tratan como un objeto de intercambio… Don Rómulo Carbia, un buen ejemplo para estos tiempos de post Modernidad.
Hoy 29 de Mayo de 2010, conmemoramos los doscientos años del nacimiento del Ejército Argentino. Hay quienes sostienen que el mismo surgió con las milicias organizadas en oportunidad de las Invasiones Inglesas. En realidad no es ésta la cuestión de fondo, sino el propósito de la creación de la fuerza armada que sostendrá en adelante a los sucesivos Gobiernos Patrios. Desde Ortiz de Ocampo, pasando por Saavedra, Belgrano, el Libertador San Martín, Juan Lavalle, José María Paz y tantos más, el Ejército Argentino ha llevado el pabellón nacional con honor y valentía, tanto frente al realista opresor, cuanto al aborigen saqueador de campos y estancias, el agresor imperial brasileño o ante el usurpador británico. Hoy como ayer, nuestra República requiere de la asistencia de Fuerzas Armadas que alcancen la causa primera de su existencia misma. Y esto nos lo aclara, aunque parezca sorprendente el Catecismo de la Iglesia Católica en su número 2310: “Los poderes públicos tienen (…), el derecho y el deber de imponer a los ciudadanos las obligaciones necesarias para la defensa nacional. Los que se dedican al servicio de la Patria en la vida militar son servidores de la seguridad y de la libertad de los pueblos. Si realizan correctamente su tarea, colaboran verdaderamente al bien común de la Nación y al mantenimiento de la paz”. Por todo lo anterior, deseamos a los hombres y mujeres que han dedicado sus vidas a custodiar nuestra soberanía e independencia en el pasado, a quienes lo hacen en el presente y a quienes lo harán en el futuro un muy feliz Día y Viva la Patria.
“No matarás” manifiesta el Señor en el Decálogo. Ahora bien, ¿cómo aborda el tema de la “guerra” el fiel cristiano? En qué circunstancias nos es lícito quitarle la vida al prójimo, si es que esto es consentido. La guerra en sí, es un fenómeno terrible, poco recomendable, a todas luces “caótico” y se nos presenta como una semirrecta: sabemos cómo y cuándo empezarla, pero desconocemos su final, que pareciera se prolongara hasta el infinito. Desde Caín y Abel, hasta los misiles de hoy, la naturaleza caída del Hombre, aunque redimida por el Segundo Adán nos ha ofrecido un sombrío panorama de imágenes desgarradoras. ¿Somos tan sociables como afirmara el “Estagirita” o acaso asoma frecuentemente el “lupus hobbesiano”? San Agustín fue el primero en analizar la justa causa de la guerra y nos brindó ciertas recomendaciones. En primer lugar, el cristiano privado no puede matar ni siquiera en defensa propia, pues tal acción estaría motivada por el odio. Tan sólo los poderes encargados de ello, pueden practicar la violencia sin actuar por odio o por otras pasiones pecaminosas. La guerra justa sólo debe ser llevada a cabo por autoridad legítima. El gobernante tiene la responsabilidad primordial de decir si es justo y necesario el recurso de la guerra. Por otro lado, el Obispo de Hipona vio muy acertadamente las calamidades de las guerras fratricidas: “Y con todo, no por ello habiendo acabado todo esto, acabó la miseria de tantos males; pues aunque no hayan faltado ni falten enemigos , como lo son las naciones extranjeras con quienes se ha sostenido y sostiene continua guerra, sin embargo, la misma grandeza del imperio ha producido otra especie peor de guerras, y de peor condición, es a saber, las sociales y civiles, con las cuales se destruyen más infelizmente los hombres”, Civitas Dei, XIX, 7. ¿Qué es preferible en todo momento? La paz: “No se busca la paz para mover la guerra, sino que se infiere la guerra para conseguir la paz. Sé, pues, pacífico combatiendo, para que con la victoria aportes la utilidad de la paz a quienes combates”, San Agustín en “Ad Bonifacium”. Buena parte de esta doctrina de las justas causas de la guerra de Agustín se ha extendido en el tiempo y ha dado sus frutos en la llamada Escuela de Salamanca con Francisco de Vitoria, O.P. y Domingo de Soto O.P. a la cabeza y ha llegado hasta nuestros días plasmada en el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica en sus nros. 2309 y 2310:“Los poderes públicos tienen (…), el derecho y el deber de imponer a los ciudadanos las obligaciones necesarias para la defensa nacional. Los que se dedican al servicio de la Patria en la vida militar son servidores de la seguridad y de la libertad de los pueblos. Si realizan correctamente su tarea, colaboran verdaderamente al bien común de la Nación y al mantenimiento de la paz” y hasta su SS Juan Pablo II, en su mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Paz de 1982, afirmaba que “los cristianos, si bien se esfuerzan por resistir y prevenir toda forma de agresión, no dudan en afirmar que, en nombre de un principio elemental de justicia, la gente tiene el derecho e incluso el deber de proteger su existencia y libertad con medios proporcionados ante el injusto agresor”. El cristiano, ergo, debe procurar en todo momento la paz, pero superado ese momento, cuando todos los mecanismos de prevención de la guerra han fracasado, cuando la política se lleva por otros medios, al decir de Clausewitz, se debe estar preparado para defender a la Patria con la recta intención de hacer el bien y evitar el mal, pues en caso contrario como hemos visto, caeríamos en pecado de mediar sentimientos espurios de ira, odio, venganza o racismo. Qué bueno es releer al Doctor de la Gracia hogaño, cuando asistimos a tiempos de incertidumbre y zozobra en plena guerra de cuarta Generación.
Recordemos: El 4 de mayo de 1982, un avión de reconocimiento Neptune detectó a las 7:50 al destructor Tipo 42, HMS “Sheffield”, en el marco de la Guerra del Atlántico Sur. Dos aeronaves Super Étendards despegaron de Río Grande armados con misiles Exocet, cuya misión estaba al mando del Capitán Augusto Bedacarratz. El Neptune informó a los cazas la posición de la nave y se retiró. A las 11:04 de ese día de gloria para las armas argentinas, los misiles fueron disparados a una distancia de unos 30 á 50 km de su objetivo, lo que impidió a los británicos tomar las contramedidas necesarias para resistir el ataque. El impacto produjo un boquete de 1 x 2,5 m cerca del centro de comando, a 2 m de la línea de flotación. El navío comenzó a arder rápidamente y el final era previsible. Se intentó su remolque a cargo de la fragata HMS “Yarmouth”, pero se hundió irremediablemente, seis días después. ERA LA PRIMERA NAVE INGLESA HUNDIDA EN AL MENOS 40 AÑOS. La lista continuaría con otras como, verbigracia las fragatas “Antelope” y “Ardent”. Nuevamente los argentinos demostraban que, “no eran empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca”, como afirmara el Libertador Gral. San Martín en ocasión de Obligado. Que Nuestro Jesucristo tenga en la Gloria a los héroes de Malvinas y que el pueblo argentino honre a sus héroes sobrevivientes. Viva la Patria.