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Hoy 29 de Mayo de 2010, conmemoramos los doscientos años del nacimiento del Ejército Argentino. Hay quienes sostienen que el mismo surgió con las milicias organizadas en oportunidad de las Invasiones Inglesas. En realidad no es ésta la cuestión de fondo, sino el propósito de la creación de la fuerza armada que sostendrá en adelante a los sucesivos Gobiernos Patrios. Desde Ortiz de Ocampo, pasando por Saavedra, Belgrano, el Libertador San Martín, Juan Lavalle, José María Paz y tantos más, el Ejército Argentino ha llevado el pabellón nacional con honor y valentía, tanto frente al realista opresor, cuanto al aborigen saqueador de campos y estancias, el agresor imperial brasileño o ante el usurpador británico. Hoy como ayer, nuestra República requiere de la asistencia de Fuerzas Armadas que alcancen la causa primera de su existencia misma. Y esto nos lo aclara, aunque parezca sorprendente el Catecismo de
“No matarás” manifiesta el Señor en el Decálogo. Ahora bien, ¿cómo aborda el tema de la “guerra” el fiel cristiano? En qué circunstancias nos es lícito quitarle la vida al prójimo, si es que esto es consentido. La guerra en sí, es un fenómeno terrible, poco recomendable, a todas luces “caótico” y se nos presenta como una semirrecta: sabemos cómo y cuándo empezarla, pero desconocemos su final, que pareciera se prolongara hasta el infinito. Desde Caín y Abel, hasta los misiles de hoy, la naturaleza caída del Hombre, aunque redimida por el Segundo Adán nos ha ofrecido un sombrío panorama de imágenes desgarradoras. ¿Somos tan sociables como afirmara el “Estagirita” o acaso asoma frecuentemente el “lupus hobbesiano”? San Agustín fue el primero en analizar la justa causa de la guerra y nos brindó ciertas recomendaciones. En primer lugar, el cristiano privado no puede matar ni siquiera en defensa propia, pues tal acción estaría motivada por el odio. Tan sólo los poderes encargados de ello, pueden practicar la violencia sin actuar por odio o por otras pasiones pecaminosas. La guerra justa sólo debe ser llevada a cabo por autoridad legítima. El gobernante tiene la responsabilidad primordial de decir si es justo y necesario el recurso de la guerra. Por otro lado, el Obispo de Hipona vio muy acertadamente las calamidades de las guerras fratricidas: “Y con todo, no por ello habiendo acabado todo esto, acabó la miseria de tantos males; pues aunque no hayan faltado ni falten enemigos , como lo son las naciones extranjeras con quienes se ha sostenido y sostiene continua guerra, sin embargo, la misma grandeza del imperio ha producido otra especie peor de guerras, y de peor condición, es a saber, las sociales y civiles, con las cuales se destruyen más infelizmente los hombres”, Civitas Dei, XIX, 7. ¿Qué es preferible en todo momento? La paz: “No se busca la paz para mover la guerra, sino que se infiere la guerra para conseguir la paz. Sé, pues, pacífico combatiendo, para que con la victoria aportes la utilidad de la paz a quienes combates”, San Agustín en “Ad Bonifacium”. Buena parte de esta doctrina de las justas causas de la guerra de Agustín se ha extendido en el tiempo y ha dado sus frutos en la llamada Escuela de Salamanca con Francisco de Vitoria, O.P. y Domingo de Soto O.P. a la cabeza y ha llegado hasta nuestros días plasmada en el Nuevo Catecismo de
Recordemos: El 4 de mayo de 1982, un avión de reconocimiento Neptune detectó a las 7:50 al destructor Tipo 42, HMS “Sheffield”, en el marco de