jueves, 17 de junio de 2010

La guerra total de William Tecumseh Sherman


“War is cruelty. There's no use trying to reform it.

The crueler it is, the sooner it will be over.”

Gral. William T. Sherman

Ejército de la Unión

Algunas consideraciones previas

Ortega y Gasset definía al ensayo como la ciencia sin la prueba explícita” y este breve escrito ciertamente no pretende ser un trabajo de investigación histórico, sino simplemente una aproximación ética a una serie de eventos que aún hogaño siguen provocando encendidos debates en torno a su protagonista principal, dada la magnitud y trascendencia de los sucesos a los cuales nos referiremos. No nos basaremos únicamente en creencias propias o ajenas al redactar este ensayo “en grado de tentativa”, sino en un análisis más o menos pormenorizado de los componentes morales, históricos y estratégicos que generaron el asunto que nos convoca. Sin embargo, sería cándido considerar que un examen de las características que hemos planteado resultara impoluto, quizá hasta correcto en sus formas, pero en realidad lo que estaríamos engendrando sería una creatura, incolora, inodora e insípida y de dudosa calidad académica. Como bien afirmara Sir Arthur Eddington en su inmortal La Filosofía de la Ciencia Física, es altamente probable (empleando terminología de las ciencias duras en honor a don Arturo) o casi “necesario” que tendremos una diminuta o descomunal caída más tarde o más temprano en el denominado “subjetivismo selectivo” y hasta sin percibirlo. Afirmaba Eddington “la selección supone elementos entre los cuales escoger y parece admisible suponer que el material al cual se aplica la selección es objetivo. La única manera de convencernos de esto es examinar cuidadosamente de qué modo el carácter subjetivo puede entrar subrepticiamente en el conocimiento (…)” y nos detenemos por razones obvias pues avanza con la Física.

Ahora bien, este pretendido análisis de mentas que haremos a continuación tiene sus cimientos en los “hechos históricos” en sí y que por urgidos y vehementes que somos, manifestaremos que el material a ser observado, como si fuéramos los tan aborrecidos periodistas de Sherman, son las campañas militares que este distinguido general del Ejército de los EE.UU. llevó a cabo entre los años 1864 y 1865 en Atlanta, Savannah y las Carolinas.

Sin embargo, como gustamos de cierto oscuro deseo sadomasoquista de mortificarnos nos preguntaremos antes de principiar a “valorar” y comprender lo sucedido, qué hace que un hecho sea considerado histórico o no histórico, vale decir, qué hace que estos “hechos” que trataremos posean el carácter de “histórico”. Edward Hallet Carr, el afamado historiador británico, acérrimo enemigo del empirismo historiográfico nos da una soberana bofetada al revelarnos que “Solía decirse que los hechos hablan por sí solos. Es falso, por supuesto. Los hechos sólo hablan cuando el historiador apela a ellos: él decide a qué hechos se da paso, y en qué orden y contexto hacerlo”. De pronto nos desayunamos con una dosis masiva de desilusión por más que acudamos a Pérez Amuchástegui y su modoso “res gestae” o por qué no a Bauer. De pronto advertimos que nuestro estudio valorativo de un hecho histórico sobrecargado de sentimientos encontrados que se han perpetuado en el tiempo y nos han alcanzado, podrá ser calificado de cualquier manera, salvo de… “objetivo”, tanto desde el campo del conocimiento histórico, como del filosófico. De pronto sólo queda resignarnos a arriesgar una mayor o menor bizarría en nuestras apreciaciones, pero no más allá.

Todas estas disquisiciones anteriores, han tenido como único norte despejar cualquier duda o pensamiento peregrino al lector desprevenido que bien podría traer consigo la íntima esperanza de elucidar finalmente cómo y por qué los hechos de Atlanta y las Carolinas se dieron así y si los protagonistas obraron acorde a la ley, las costumbres o a la naturaleza misma de la guerra y en todo caso, llevando estas elucubraciones más allá aún, si se obró bien o se obró mal y que constituye precisamente el núcleo de este fenomenal galimatías y es nuestro deber desencantarlo.

A los fines de ordenarnos de manera coherente, ofreceremos primeramente un somero marco teórico en el que estarán incluidos conceptos diversos; seguidamente, un esbozo de los acontecimientos y así ubicarnos en las coordenadas de espacio y tiempo. Paralelamente los ilustraremos desde el campo estratégico, para luego transitar por el tramo final, cuya meta es la valoración moral de lo acaecido con la única advertencia de no utilizar anacronismos variopintos muy en boga.

Algunos conceptos previos

Desde el principio de los tiempos nos hemos preguntado qué hace que una acción sea considerada buena o mala. Una cuestión insoslayable, que en realidad no se halla tan alejada de nosotros, incluso en nuestra vida cotidiana oportunidades de elección se presentan, casi como pequeñas situaciones límites del mejor Jaspers. “Todo me es lícito, más no todo me conviene, todo me es lícito, pero no todo edifica”, nos recuerda Pablo de Tarso en la Carta a los Corintios 10:23. El aire se va enrareciendo a medida que vamos avanzando… y la cima nos parece lejana e inalcanzable... ¿Qué nos conviene y qué no? Desde Caín y Abel hasta el arma termonuclear que, silenciosa y casi olvidada, está guardada y espera su turno para ser detonada y cegar la vida de millones, nos debatimos en ese fatal péndulo que va del bien al mal. Hubo quienes, con muy buena voluntad, esgrimieron la tesis de “justo medio virtuoso” como Aristóteles y su catalizador medieval el Aquinate. Lo que se encuentra en los extremos es “vicio”: ni puritanos ni santones. ¿Entonces por qué tendemos al Bien pero al mismo tiempo nos comportamos como miserables? Tentamos una respuesta de la mano de Monseñor Derisi: “La grandeza de la persona humana le viene de ser persona, a la par que su miseria y limitación le viene de ser humana y creada”. Esta grandeza a la que apunta este filósofo católico proviene indudablemente de su espiritualidad. Como a Santo Tomás, para Derisi existen tres niveles de vida: vegetativa, sensitiva y espiritual y es en esta última en la que se desarrolla como persona integral, dotada de voluntad e inteligencia para alcanzar su perfeccionamiento que abarcará todo su lapso de vida como “homo Viator”. Eludiremos embarcarnos en la colosal materia de la “libertad”, que miríadas de hojas ha demandado con la consecuente tala infructuosa de árboles para esas páginas manuscritas o impresas, pues aún hogaño es causal de divorcio entre filósofos, aficionados y diletantes. Sin embargo unas pocas líneas no sobrecargarán estos cerriles párrafos. Recurrimos a la Casuística: soy policía y me ofrecen un cohecho; soy automovilista y tengo ante mí el freno o el acelerador; soy un simple ciudadano al que un desconocido le pide limosna; soy docente y desde el Ministerio se me dice que debo enseñar una inexactitud flagrante; soy fabricante de alimentos y para disminuir costos debo disminuir la calidad de los mismos. Los casos serían infinitos, más, ¿cuál es común denominador? Respuesta: debo obrar, hacia un lado o hacia el otro, pero siempre obrar. Puedo aceptar cohechos, negar limosnas, enseñar falacias o fabricar porquerías que yo ni mi familia ingeriremos. O… todo lo contrario, rechazaré dineros mal habidos, daré limosnas, enseñaré verdades pese a los funcionarios de turno o produciré buenos alimentos aunque los costos se incrementen y mantendré mis precios de venta. Siempre obrar… ¿estamos condenados a ser libres o somos intrínsecamente libres? La condena la planteó Sartre por cuenta y orden de él y dudamos que libertad sea tal. Risieri Frondizi, prefiere el adjetivo “libre” y no la hipóstasis “libertad”, nos habla de “decisiones libres” y sus condiciones: “Dos son, por consiguiente, las exigencias para que un acto sea libre: a) existir, al menos, dos posibilidades de acción o decisión; b) poder realmente optar por una de ellas o por una nueva creada por el sujeto”. Para Derisi justamente la libertad “no es” contemplativa, sino que actúa y modifica el ser propio y ajeno para llegar al Bien. La libertad no es una pena que debemos purgar cada vez que optamos por una decisión, sino un don propio de los humanos y en cada decisión tendremos la oportunidad de mostrar nuestras grandezas y miserias, al elegir entre un bien trascendente o un bien caduco y pasajero, acorde a la terminología del Doctor Angélico.

Hasta aquí hemos descripto ceñidamente un arduo y caro concepto que devana los sesos de teólogos, moralistas, filósofos y antropólogos de esta parte del mundo llamado Occidente. Sin embargo, hemos de señalar que el concepto citado está en íntima unión, casi carnal, con otro que también ha ocupado el tiempo y el esfuerzo de pensadores de todos los tiempos: la naturaleza humana y su relación con el bien y el mal. Dice la Escritura: “Porque no hay árbol bueno que produzca fruto malo, ni a la inversa, árbol malo que produzca fruto bueno” (Mateo 7:19). Si asumimos un pesimismo antropológico a partir de la simple observación empírica de las acciones humanas hasta el día de hoy, con su carga infinita de dolor y desprecio por la vida del prójimo, desde el homicidio individual hasta el colectivo, el resultado inequívoco sería similar al que arribó el filósofo de Könisberg en su “Filosofía de la Historia: “Con una madera tan retorcida como es el hombre no se puede esperar conseguir nada derecho”. Quizá su ascendencia protestante influyó en esta trágica concepción. Pero lo cierto es que otros autores confluyeron en la misma, antes que Kant y posterior a Kant: el hombre de la realpolitik maquiavélica, el hombre – lobo hobbesiano o el hombre malvado de Freud son ejemplos muy elocuentes. Nos dice el Padre del Psicoanálisis en su, “Malestar en la cultura”: “La verdad oculta tras de todo esto, que negaríamos de buen grado, es la de que el hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un colaborador, (…) sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, (…), para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo”. La guerra como tal, es un escenario propicio para que estos monstruos del Ello freudiano emerjan y se cometan estragos, la mayoría de las veces irreparables, en especial cuando hay civiles involucrados. Pero, del bando opositor hallamos a figuras tales como Aristóteles y su “animal político” o el “buen salvaje” rousseauniano, sin olvidarnos del optimista y buenazo de John Locke, mentor de la Gloriosa Revolución de 1688 que derrocó a Jacobo II y sentó las bases de la futura monarquía parlamentaria. No son desdeñables sus propuestas, pero una vez más escogeremos el equilibrio del punto medio: Infierno y Cielo disimulan sus realidades en el alma humana y por momentos la balanza entre el Bien y el Mal se ve alterada por vaivenes indescifrables e inescrutables que a unos hace cobardes y míseros y a otros valientes y nobles.

Acto seguido, conviene aclarar qué entendemos por “guerra total”. Es habitual definirla como aquél tipo de guerra en la que los países movilizan todos sus recursos, humanos, militares, agrícolas, industriales, tecnológicos, científicos o de cualquier índole para destruir totalmente la capacidad de otro país o nación de entablar una guerra. ¿Fue acaso una invención de William T. Sherman? La respuesta es negativa. Más aún, este tipo de enfrentamiento ha sido empleado desde tiempos remotos y tal vez descubramos rastros de esta “total warfare” incluso en la Guerra del Peloponeso o la “Paz Cartaginesa” que implicó la aniquilación completa de la otrora rival de los hijos del Latium. Sin embargo, para Claudio Pavone (Universidad de Roma), aquellas guerras eran radicalmente diferentes de las de nuestros tiempos modernos y postmodernos: “Las guerras totales de nuestra época tienen este carácter específico: son el fruto del encuentro mortífero y programado de la técnica, que tiene en su base el desarrollo científico, con la violencia existente en el corazón de la sociedad de masas”. Agrega Pavone que la guerra civil de los EE.UU. y la franco – prusiana de 1870, fueron un toque de alerta para saber qué deparaba el siglo XX aunque las Convenciones para regularizar de alguna forma este tipo de conflagración no consideraban a las guerras civiles, lo cual a nuestro humilde entender fue un grave error, pues olvidaron las lecciones de la Historia y el pensamiento agustiniano al respecto, sobre el que volveremos más adelante.

Algunos ven en el teórico de la ciencia militar, Carl von Clausewitz como el creador del concepto cuando lo que él define es la “guerra absoluta”. Para este historiador militar prusiano, el objetivo de la guerra es desarmar al enemigo; la guerra es un acto de fuerza y su aplicación no tiene límites. El país, con su territorio y su población, no solamente es el origen de las fuerzas militares propiamente dichas, sino que también es parte plena en sí de los factores que intervienen en la guerra. La guerra – continúa Clausewitz – es decir, la tensión hostil y la acción de las fuerzas hostiles, no se puede considerar acabada hasta que la voluntad del enemigo también haya sido sometida; es decir, hasta que el gobierno y sus aliados hayan sido inducidos a firmar la paz o hasta que el mismo pueblo se someta. Ya veremos cómo Sherman llevará a la praxis esto último.

Se afirma que el arma principal de Sherman no fueron las balas o los rifles Springfield del 61 o el Enfield del 53, sino los simples y elementales fósforos… El teórico de la guerra chino Sun Tzu (siglo VI a. C.) nos comenta en su “Arte de la Guerra: “Existen cinco clases de ataques mediante el fuego: quemar a las personas, quemar los suministros, quemar el equipo, quemar los almacenes y quemar las armas” (…). En general el fuego se utiliza para sembrar la confusión en el enemigo y así poder atacarle. Los ejércitos han de saber que existen variantes de las cinco clases de ataques mediante el fuego y adaptarse a éstas de manera racional. (…). Así pues, la utilización del fuego para apoyar un ataque significa claridad y la utilización del agua significa fuerza. El agua puede incomunicar, pero no puede arrasar”. Es evidente que el desarrollo científico de Pavone se ha concentrado aquí en los “cerillos” casi como una grotesca paradoja, aunque y, en honor a la verdad, el Proyecto Manhattan corrobora la tesis de Pavone en el siglo XX.

Finalmente, antes de pasar a la descripción de los hechos tal y como sucedieron, diremos que fue el general alemán Erich Ludendorff quien llevó adelante la “guerra total” propiamente dicha, con la salvedad de que éste, contrariamente a Clausewitz, promovía con firmeza la subordinación de la política a la guerra y la idea más delicada todavía que se sustanciaba en una victoria o derrota totales. Cualquier similitud con la actitud nipona de resistir hasta el último soldado defendiendo Tokio hacia los primeras jornadas de Agosto de 1945, no es mera coincidencia. A continuación, cómo se llega al estado de cosas en 1864.

Que trata acerca de los sucesos que llevaron a la Campaña de Sherman

Como todos sabemos, hacia 1861 coexistían dos países bien diferenciados insertos en los llamados Estados Unidos de América y que habían coexistido desde su nacimiento. La línea Mason – Dixon (1763 – 1767) había postergado el necesario debate sobre el problema de la esclavitud, en virtud de la cual, los geógrafos y astrónomos Charles Mason y Jeremiah Dixon, trazaron una línea que separaría a las entonces colonias británicas que aceptaban la esclavitud y a las que no. En 1820, dentro del Congreso de los EE.UU. se da el “Compromiso de Missouri”, por medio del cual, se aceptaba un empate virtual de once Estados abolicionistas y once esclavistas. En 1854, se sanciona la Ley de Kansas – Nebraska que da por tierra con el Compromiso del 20 y profundiza las diferencias entre ambos bandos.

En 1857, el caso Dred Scott contra Sandford causó un revuelo sin precedentes, pues la Corte Suprema Federal dispuso que Scott, esclavo negro llevado por su amo a territorio libre, a su regreso a tierras esclavistas recuperara su condición de tal, instaurando de facto, la ominosa institución en toda la Unión y violando el Compromiso de Missouri.

No olvidamos las causas económicas. En el norte se disfrutaba de la industrialización pujante y arrolladora llevada a cabo por una clase burguesa que iba adquiriendo cada vez más poder y favorable al proteccionismo, por razones obvias, ya que las industrias constituyen siempre el componente más débil de la Economía y al que se debe preservar. El Sur, con sus aristócratas algodoneros, dependientes de la mano de obra esclava, eran partidarios del libre cambio y rechazaban los gravámenes que les imponía el Norte. El algodón ya no era el rey, pues el eje económico se había desplazado en dirección Este – Oeste y el Nordeste producía los alimentos para el granjero del Oeste. El Sur no sólo no crecía, sino que sus estados se iban debilitando a causa de los muchos ciudadanos que emigraban al Norte y al Oeste…

Por fin, el nuevo Partido Republicano postularía a un hombre de Kentucky para las presidenciales, ganando las elecciones con el 40% de los votos y su equivalente en electores que se elevaban a 180. El Sur, feudo demócrata, inmediatamente sancionó la separación con “Carolina del Sur” liderando la “rebelión”, seguida de “Georgia”, Missisipi y Texas, “el Sur profundo” y quebrando a la Unión. Se constituían así los Estados Confederados de América, pero el “foco infeccioso” que había principiado la rebelión, pagaría muy caro su osadía.

Cuatro Estados más se sumaron a la Confederación, tras el llamado del presidente Lincoln a las armas. Las hostilidades comenzaron con la toma del Fuerte federal Sumter el 12 de Abril de 1861 a manos de los rebeldes. La Política daba paso a la Guerra, que en palabras de Clausewitz, era su continuación por otros medios. Desde un punto de vista estratégico, el cuerpo, la Unión era aquejado por una enfermedad, la guerra. El médico, el Presidente de los Estados Unidos, “Honest Abe” Lincoln, encargado de supervisar la profilaxis. La Estrategia Nacional en manos del Comandante Supremo de las FF. AA., el presidente, tenía el Objetivo Estratégico Nacional, que era la reincorporación de los Estados separados, mediante la Estrategia Militar que implementarían sus asesores especializados como el Comandante en Jefe Gral. Winfield Scott al principio de la guerra y reemplazado luego por Ulisses Simpson Grant y cuyo objetivo estratégico era vencer por las armas a la Confederación. Los Comandantes de los Teatros de Operaciones como William Tecumseh Sherman llevarían adelante la Estrategia Operacional en cada sitio específico merced la novedosa forma de encarar la guerra por Grant en varios Teatros de Operaciones combinados. Pero, la enfermedad era seria y el Sur demostró que poseía los mejores oficiales entrenados en West Point.

Un primer intento de “guerra total” lo bosquejó Scott con su “Plan Anaconda” y que consistía esencialmente en atenazar y ahogar económicamente al Sur confederado, bloqueándolo por todos los flancos incluso por mar y evitar que obtuviera ayuda desde el exterior o que comerciara con naciones neutrales. El Plan fue ridiculizado, pero Sherman demostró cuando ejecuta su Campaña al Mar y a las Carolinas que la idea era excelente.

La enfermedad proseguía su curso, sin señal de ceder. Muy al contrario, los encuentros eran cada vez más sangrientos y se producía día a día la tan temida escalada de violencia sin vislumbre de cese. Bull Run, victoria confederada, Vicksburg y Gettysburg victorias federales, no hacían más que confirmar que el Sur, de todos modos, seguiría combatiendo hasta el último hombre, aunque la contienda ya estaba perdida. La solución no procedería de un enfrentamiento bélico tradicional como los que llevaba a cabo Ulisses S. Grant, sino mediante la utilización de la “guerra total” y que catapultaría a la Historia a su ejecutor, el Gral. Sherman.

Éste convenció al Presidente Lincoln y a su superior inmediato, Grant, de que los traidores a la Unión no cejarían si no se los atacaba en su territorio y se los devastaba material y espiritualmente. Sherman estaba convencido de que la capacidad estratégica, económica y psicológica de la Confederación para sostener la guerra, TENÍA QUE SER DEFINITIVAMENTE DESTRUIDA para que la lucha llegara a su fin. De este modo, pensaba que la Unión tenía que conducir la campaña como una GUERRA DE CONQUISTA y emplear tácticas de TIERRA ARRASADA para quebrar la columna dorsal de la Confederación. Y así sucedió… Las preguntas ineludibles ergo, eran: ¿De dónde provienen los hombres que componen el ejército enemigo? ¿De dónde provienen los recursos y bienes que emplean esos ejércitos enemigos? ¿Cómo se generan esos suministros? respuesta: de la población y de la infraestructura del país enemigo.

Que trata acerca de los sucesos de la Campaña

de Sherman desde Atlanta a Columbia

“Si la gente vocifera contra mi barbarie

y crueldad, yo les responderé que la guerra

es la guerra y no búsqueda de popularidad”

William T. Sherman

Como vimos, Sherman comprendió los alcances de Anaconda, pero él lo haría efectivo ahogando al Sur, no en un mar de sangre como figura en la leyenda negra gestada contra Él, sino en un mar de fuego implacable y tierra arrasada que acabaría con los recursos rebeldes y que coadyuvaría a la victoria final sobre Lee.

Grant deja su puesto de comandante en jefe del Teatro de Operaciones Occidental y asume Sherman. Desde mediados de 1864 hasta Diciembre de ese año cumplimentaría su célebre “Marcha al mar” que consistía en llevar a su ejército de aproximadamente 62 mil hombres a través de Georgia y las Carolinas, devastando todo a su paso y viviendo del suelo que pisaba y cuyos habitantes por primera vez sentían el peso de la guerra. No obstante que los límites entre combatientes y civiles se acortaban drásticamente, las bajas de los segundos fueron prácticamente irrelevantes. Sherman no perseguía la destrucción física de la población, ciertamente hostil, sino su desmoralización completa… y lo logró.

El 11 de Septiembre de 1864, el Alcalde de Atlanta, James Calhoun, por medio de una esquela enviada a Sherman solicita a éste revoque la orden de evacuación de la ciudad por razones humanitarias. Le contesta el general: “You cannot qualify war in harsher terms than I will. War is cruelty, and you cannot refine it; and those who brought war into our country deserve all the curses and maledictions a people can pour out. I know I had no hand in making this war, and I know I will make more sacrifices to-day than any of you to secure peace. But you cannot have peace and a division of our country (…) The only way the people of Atlanta can hope once more to live in peace and quiet at home, is to stop the war, which can only be done by admitting that it began in error and is perpetuated in pride. We don't want your negroes, or your horses, or your houses, or your lands, or any thing you have, but we do want and will have a just obedience to the laws of the United States, Cuartel General de la División del Mississippi, 12 de Septiembre. Como vemos, la replica es taxativa: si ellos detienen la guerra, la paz renacerá, pero además deberán sujetarse a las leyes de los EE.UU. El odio y el resentimiento que emanaban los militares y civiles sudistas pueden resumirse en este fragmento de una carta del General John Bell Hood: “You came into our country with your army, avowedly for the purpose of subjugating free white men, women, and children, and not only intend to rule over them, but you make negroes your allies, and desire to place over us an inferior race, which we have raised from barbarism to its present position, which is the highest ever attained by that race, in any country, in all time. We will fight you to the death! Better die a thousand deaths than submit to live under you or your Government and your negro allies!, Cuartel General del Ejército de Tennessee, 12 de Septiembre de 1864. Las calumnias son en sí altisonantes y sobrecargadas de irreconciliable inquina. Leemos entre líneas, las posturas de los beligerantes. Por un lado un Sherman intransigente que sólo habla de paz si se acepta la Unión indisoluble de los Estados Unidos y se acatan incondicionalmente sus leyes y por otro, Hood, con su “Uds. vinieron a nuestro país con su ejército”.

Y llegaría la “Hora del Fuego”. Es inexacto que Sherman quemara la Ciudad de Atlanta el 14 de Noviembre en su totalidad. Sólo ardió el 30% de la misma y el desastre se focalizó hacia lo que era útil para el sostenimiento de la guerra, como verbigracia, talleres, almacenes de municiones, vías férreas. Sería el Coronel Poe, del Cuerpo de Ingenieros el encargado de llevar adelante la acción, nos relata Sherman en su “Memorias”, Cap. XXI: “Colonel Poe, United States Engineers, of my staff, had been busy in his special task of destruction. He had a large force at work, had leveled the great depot, round house, and the machine-shops of the Georgia Railroad, and had applied fire to the wreck. One of these machine-shops had been used by the rebels as an arsenal, and in it were stored piles of shot and shell, some of which proved to be loaded, and that night was made hideous by the bursting of shells, whose fragments came uncomfortably, near Judge Lyon's house, in which I was quartered. The fire also reached the block of stores near the depot, and the heart of the city was in flames all night, but the fire did not reach the parts of Atlanta where the court-house was, or the great mass of dwelling houses”. Se estima en número de 400 los edificios que las llamas consumieron.

Con respecto a las vías del ferrocarril, se hicieron famosas las “corbatas de Sherman”: eran rieles ferroviarios que, calentados al rojo, se los retorcía alrededor de los árboles, lo que imposibilitaba su reutilización por parte de los rebeldes. El Sur ya no estaba en condiciones materiales para reconstruir bienes, sólo pensaba en la supervivencia y en necesidades primarias.

¿Compartían sus muchachos su filosofía de la guerra total? Nos cuenta el historiador James McPherson en su, “Battle Cry of freedom: the Civil War Era”: “Sherman´s soldiers shared their leader´s total war philosophy. Acting on it, they put the torch to everything of military value”. Es interesante la opinion del Mayor Henry Hitchcock, “Marching with Sherman”: “While I deplore this necessity daily and cannot bear to see the soldiers swarm as they do through fileds and yards… nothing can end this war but some demonstration of their helplessness… This Union and its Government must be sustained at any and every cost; to sustain it, we must war upon and destroy the organized rebel forces, - must cut off their supplies, destroy their communications… and produce among the People of Georgia, a thorough conviction of the personal misery which attends war, and the utter helplessness and inability of their rulers, State or Confederate, to protect them… if that terror and grief and even want shall help paralyze their husbands and fathers who are fighting us… it is mercy in the end”.

La caída de Atlanta el 2 de Septiembre de 1864, es la causa primera de la reelección del presidente Abraham Lincoln. Permanecería en ella por espacio de dos meses, hasta el comienzo de la “Marcha hacia el mar” en Noviembre 15 de ese año. Con fecha 9 de ese mismo mes, puede comprobarse que Sherman no deseaba la devastación indiscriminada, salvo en los casos de abierta hostilidad por parte de los civiles o guerrilleros: In districts and neighborhoods where the army is unmolested, no destruction of each property should be permitted; but should guerrillas or bushwhackers molest our march, or should the inhabitants burn bridges, obstruct roads, or otherwise manifest local hostility, then army commanders should order and enforce a devastation more or less relentless, according to the measure of such hostility. Existió una correspondencia entre el grado de destrucción y el grado de hostilidad civil. El Atila del que hablaban y hablan los sureños al parecer no se dio en la realidad.

La “Marcha al Mar”, fue decidida por Sherman tiempo antes. Cuando un reportero lo interpeló acerca del objetivo antes del inicio de la Campaña de Atlanta, el “Tío Billy” (como lo llamaban afectuosamente sus “muchachos”) contestó lacónicamente “salt water” y agua salada verían sus soldados, tras ocupar Fuerte McCallister el 13 de Diciembre y abrir la puerta a Savannah. En el trayecto apenas serían hostigados por la caballería confederada del Gral. Joseph "Fighting Joe" Wheeler. En lo referente a las violaciones y vejaciones hacia mujeres de Georgia hay serias discrepancias entre historiadores norteños y sureños: los primeros mencionan como exiguo el número de ataques sexuales, mientras que los segundos alegan que buena parte de ellos no fueron denunciados.

Tras Savannah, Sherman le escribe a su presidente “Honest Abe” Lincoln y le ofrece como presente de Navidad el puerto recientemente tomado. ¿Cómo evalúa el General su “Marcha”? – con modestia – : “Still, then, as now, the march to the sea was generally regarded as something extraordinary, something anomalous, something out of the usual order of events; whereas, in fact, I simply moved from Atlanta to Savannah, as one step in the direction of Richmond. Este pudor a la hora de clasificar a la Campaña al Mar, está basada en la persuasión de Sherman, tal como la interpreta McPherson, que la Campaña a las Carolinas fue diez veces más importante que la primera para la obtención del fin de la guerra. ¿Causa?...

El Comandante en Jefe de Sherman, Ulisses Simpson Grant, ordenó el embarque de su ejército en naves federales, luego de Savannah, para reunirse con el Ejército del Potomac y atacar al General Robert E. Lee. Nuevamente apeló a su amigo y lo convenció de proseguir la guerra total hacia lo que él consideraba “la madriguera de la traición”: Carolina del Sur… Sin embargo, los propios rebeldes creían muy improbable la viabilidad de esta campaña, pues a Sherman no e tocaría el alegre y seco otoño como en Georgia. Le llegaron informes al General Joseph Johnston (Ejército de la Confederación) de parte de su cuerpo de ingenieros: “My engineers reported that it was absolutely impossible for an Army to march across the lower portions of the State in winter”. Pero nada le fue imposible a los “muchachos” del “Tío Billy”, ni siquiera los pantanos fríos y húmedos del Estado que principió la rebelión y avanzaron a destajo hasta Columbia, sembrando la destrucción sistemática por las razones ya descriptas…

La Campaña de las Carolinas comenzó hacia finales de Enero de 1865. El 3 de Febrero, se dio el combate de Rivers Bridge y el 17 Columbia fue ocupada por los soldados azules. Nació y permanece hasta hoy el mito de la responsabilidad directa de Sherman en el incendio de la ciudad. Los avances en la ciencia histórica han demostrado ampliamente lo contrario. Nos relata el especialista de la Universidad Estatal de Missisipi, Prof. John Marszalek, que un comité de “damas” fue a increpar al comandante federal en términos poco amistosos: “Why, then, did you burn our town, or allow your army to do so?”, a lo que Sherman respondió, “I did not burn your town, nor did my army, (…), your Brothers, sons, husbands and Mathers set fire to every city, town and village in the land when they fired Fort Sumter. That fire kindled then and there by them has been burning ever since, and reached your houses last night”. Como apreciamos, nuestro general tenía en claro de quién era la culpa de todas las calamidades que la traición había provocado. Sin embargo, el mito del Atila de las tierras del Sur cae por si mismo, pues Sherman al día siguiente de la catástrofe le ordena al General Howard, acompañando al alcalde que subsane el problema de los que han quedado sin vivienda: “The morning sun of February 18th rose bright and clear over a ruined city. About half of it was in ashes and in smouldering heaps. Many of the people were houseless, and gathered in groups in the suburbs, or in the open parks and spaces, around their scanty piles of furniture. General Howard, in concert with the mayor, did all that was possible to provide other houses for them”.

Abandonaron las tropas de la Unión la arruinada urbe y si bien se presentaron otras batallas de menor intensidad, la de Bentonville verbigracia, en Marzo 19 al 21 de 1865 frente Johnston, la Confederación estaba prácticamente aniquilada. Lee se rendiría en el Juzgado de Appomatox en Abril 9 y Johnston ante Sherman en Abril 26, en Durham. Era la hora de la paz y llega la hora del análisis ético de lo acaecido.

Que trata acerca de las consideraciones éticas de los sucesos descriptos

El material de análisis descripto, vale decir, Atlanta, Savannah y las Carolinas no puede sustraerse a la subjetividad como vimos al principio, pero al menos nos acercaremos lo más humanamente posible a una valoración de los hechos: ¿Cómo actuó Sherman? ¿Es factible enjuiciarlo a la luz de los tiempos actuales? ¿Nos es concedido hacerlo sin caer en aberrantes anacronismos? ¿Por qué optó por la guerra total? ¿Fue justo o injusto al hacerlo? A priori sabemos que todos estos interrogantes que nos acicatean tienen su respectiva solución y que están por lo demás, íntimamente vinculados, cual complejo sistema de pesos y contrapesos.

A nuestro humilde entender William Tecumseh Sherman no sólo actuó bien y acorde a moral, sino que actuó motivado por un fin trascendente: “la paz”. Siempre estuvo en la mente del “Tío Billy” lograr lo que los cañones de Gettysburg no consiguieron: acallarlos y reunificar la “Casa Dividida” que había puntualizado Lincoln. Para la Moral, la voluntad no puede querer sino el bien y del mismo modo, el fin o el bien son el principio y el término de los actos humanos. Asimismo, todos los actos humanos tienen un fin último: ¿cuál es éste? Aquello que es querido por sí y a lo que todo lo demás se subordina a título de medio. La consumación del cese de las hostilidades que ya habían reclamado el sacrificio de cientos de miles de vidas requería forzosamente un arriesgado y osado plan lo suficientemente contundente como para “convencer” a las fuerzas de la rebelión que toda continuación de la guerra sería fútil. El único camino hacia la paz era segar de raíz lo que daba vida aún a la guerra: los recursos que la población de los Estados rebeldes proporcionaban a sus fuerzas militares.

Como sabemos, todo Estado se compone de cuatro elementos y la Confederación no era la excepción a la regla: el territorio, la población, el Poder y el Derecho (Carlos Fayt). Sherman ocupó y devastó al primero, doblegó a la segunda, mostrándole cuán inútiles eran las resistencias ante el avance del Ejército Federal, pisoteando las capitales de los Estados por los que atravesó (especialmente la odiada Columbia) teatralizando magistralmente que el tercero ya no era de ellos, sino de Él y que su orden normativo rebelde había caducado por cuanto debían sujetarse a las leyes de la Unión.

Los actos humanos son voluntarios y libres y también morales, es decir dotados de una propiedad que los hace buenos o malos (Jolivet). El bien en sentido moral o bien propio de la acción libre en cuanto tal expresa fundamentalmente la conveniencia o conformidad del objeto o del acto querido con el bien de la persona humana. La recta razón es la que determina qué actos son virtuosos o viciosos. La virtud es el hábito del bien, es decir una disposición estable a obrar bien, mientras que le vicio es la disposición estable a obrar mal.

¿Y entonces, dónde colocamos a nuestro general?, ¿dentro del grupo de los virtuosos o por el contrario en el de los viciosos? Como ya hemos visto, siempre procuró alcanzar su objetivo estratégico operacional, como comandante del Teatro de Operaciones Occidental, que a su vez provenía de la Estrategia Militar impresa por su comandante en jefe, Ulisses S. Grant, quien a su vez obedecía a la Estrategia Nacional, cuyo “Gran Objetivo” era el cese de la rebelión y la reincorporación de los Estados que se había separado. Si partimos de esta última, la recta razón necesariamente dará como resultado que el Objetivo Nacional era bueno porque perseguía un fin en sí bueno, por ende, los subsidiarios era buenos.

En ningún momento obraron Lincoln, Grant y Sherman, siguiendo la escala de mando motivados por una naturaleza bestial como bien sugerirían Hobbes y Freud cuando hablan del Hombre y sus “tendencias naturales”. Claro está, que desde las alturas del Poder en Washington, hasta el mugroso pantano de Carolina del Sur, los objetivos virtuosos pueden trastocarse merced a acciones individuales no virtuosas o medianamente viciosas, traducidas en “excesos”. Los detractores del Tío Billy y sus muchachos, vale decir, los vencidos en Appomatox, hicieron siempre hincapié en estos “efectos colaterales”, olvidando maliciosamente que fueron ellos quienes causaron la guerra. No en vano, como ya citamos, Sherman les echa en cara a las damas de Columbia a la auténtica “causa eficiente” del incendio de su ciudad, deslindando responsabilidades con la típica franqueza shermaniana.

Sin embargo, si endurecemos nuestro discurso y damos cuenta del maquiavélico concepto de “Razón de Estado”, también repararemos que el gobernante (Príncipe, emperador o Presidente de los Estados Unidos de América o como se llame), ejercerá su Poder que le ha sido conferido para preservar la salud o incluso incrementar la fuerza del Estado que tiene a su cargo. La enfermedad de la guerra requería de medicamentos para concluirla y Lincoln los aceptó de la mano de Sherman. Los detractores alegaron y alegarán in saecula saeculorum que esas medicinas fueron inhumanas y desproporcionadas. Sostenemos como una verdad evidente que esto es falso. Los blancos civiles fueron materiales y por ello las bajas humanas, constituyeron un número desestimable. Sherman fue un destructor de recursos y no el monstruo que pretendieron los vencidos dibujar a grandes pinceladas para la posteridad.

Sherman hoy: sería disparatado y un soberano mamarracho poco serio enjuiciar al personaje que nos ocupa, con la cosmovisión del siglo XXI, no porque estemos a favor de Fukuyama y su profecía sobre el fin de las ideologías en la Historia, sino porque precisamente las ideologías existen y gozan de excelentes bríos y tiñen a la Historia del color que más adecuado le parece a los historiadores profesionales y aficionados. Surgen ante nuestros atónitos ojos peyorativos tales como “el nuevo Atila” o “el incendiario de Atlanta” sosteniendo en la otra mano el Pacto de Roma de 1998. Todo deviene en una tragicomedia que sólo abre paso a la risa, si no fuera que la Guerra Civil costó la vida de más de medio millón de seres humanos.

Se le endilga a Sherman ser el “padre de la guerra total”. Los sucesos de Atlanta, Savannah y Columbia prueban la eficacia de la misma, desde el punto de vista militar. Pero por otra parte, hay quienes afirman que es un antecedente nefasto de los excesos que se cometerían en el siglo XX. En torno a la figura de William Sherman se ha tejido un enmarañado mito de brutalidad y violencia sin límites, producto justamente del resentimiento generado desde el “Sur profundo”. Dícese que la Historia la escriben los que ganan y Sherman sabía que “debía” publicar sus célebres “Memorias” para anticiparse a los confederados derrotados y evitar que propagaran toda clase de mendacidades. Y así lo hizo. No obstante y pese a todo, el mito creció con el tiempo…

La guerra total de Sherman fue justa. ¿Cómo arribamos a esta afirmación? ¿Mediante la deducción o el capricho? Nos contesta San agustín: “No se busca la paz para mover la guerra, sino que se infiere la guerra para conseguir la paz. Sé, pues, pacífico combatiendo, para que con la victoria aportes la utilidad de la paz a quienes combates”. San Agustín en “Ad Bonifacium”. El objetivo de Sherman, al igual que el de Grant y el de Lincoln era llegar a la paz cuanto antes. Ellos tenían muy en claro el desatino de las guerras civiles, como en su época el Obispo de Hipona, “otra especie peor de guerras, y de peor condición, es a saber, las sociales y civiles, con las cuales se destruyen más infelizmente los hombres”, Civitas Dei, XIX, 7. Fue justa porque sus objetivos en todos sus niveles estratégicos también lo eran. La existencia misma de la Confederación era una acto de traición y rebeldía y Lincoln optó por preservar la Unión, sofocarla mediante la armas y dar lugar a los argumentos de Sherman para llegar a la paz tan anhelada que la fuerza de las armas no habían resuelto por tres años porque el Sur, obstinado y orgulloso, no comprendió el resultado de Gettysburg de Julio de 1863, llevando al límite de su extinción a sus fuerzas militares, a su población civil y a su infraestructura. Sherman se ocuparía de destruir lo que quedaba de la última para acelerar el proceso de paz. Si ese fue su delito, pues es culpable.

“In medio stat virtus, quando extrema sunt vitiosa”: evitó en todo momento cometer excesos, reaccionando sólo ante la ofensa del enemigo que obraba por desesperación como en el caso de las minas antipersonal (en esa época llamadas “torpedos”) sembradas en los caminos por donde transitaban sus “muchachos”. Podría haber cometido toda clase de tropelías con un ejército de 62 mil hombres. Podría haber masacrado y derrochado sangre sureña, en especial en Carolina del Sur, la cuna de la defección. Todo lo podría haber hecho y no lo hizo. Se limitó a cumplimentar su objetivo que manaba directamente de Lincoln. No desató a los “perros de la guerra”… Ahí yace su grandeza y su virtud… Nos dice por último Marszalek en referencia al epitafio que él mismo escogió “Fiel y honorable”: “‘Faithful and Honorable’. He was that. (…). He brought distinction and integrity to whatever he did, (…). He remained a soldier always, the Civil War the defining moment. Without his presence on its battlefields, the United States might not have remained whole. Without it, he might never have found himself”.

Concluiremos esta brevísima relación con un aporte de SS León XIII, pues nos parece atinado como colofón en honor al “Tío Billy”, para que la verdad histórica no sea desvirtuada: La Primera Ley de la Historia es no atreverse a decir algo falso, es decir siempre la Verdad, porque todo lo que se intenta contra la Verdad, será superado y quebrantado, por la misma Verdad, la cual, aún cuando pueda ser alguna vez oscurecida, no puede ser jamás extinguida. La Verdad no necesita de nuestras mentiras”…

Fin de la Brevísima Relación


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