Se cumplen hoy 219 años del fallecimiento del cronista jesuita, R.P. Martin Dobrizhoffer, S.J. Había nacido en Graz, Estiria (Austria), en 1717. Se unió a la Compañía creada por San Ignacio en 1736. En 1747, a instancias del Procurador de la misma ante Roma, R.P. Ladislao Orosz, S.J., solicitó su traslado a las tierras del Plata. En Enero de 1749 arribó a Buenos Aires, junto a quien sería su gran amigo, el R. P. Florián Paucke, S.J. Primeramente participó de la evangelización de los “mocobíes” y luego en la de los “abipones”, aborígenes particularmente díscolos. De ellos aprendió su idioma y observó de cerca sus hábitos, que serían volcados en su monumental obra “Historia de Abiponibus equestri, bellicosaque Paraquariae natione (Historia de los abipones, ecuestre y belicosa nación del Paraguay)”, la cual escribió inducido por la emperatriz María Teresa de Austria cuando el misionero ya se hallaba de regreso en Europa, a causa del infame extrañamiento dictado por Carlos III en 1767. La historiografía colonial argentina se halla en deuda con este infatigable evangelizador y científico social de hecho, que legó a la posteridad un inestimable testimonio de lo acontecido en esos épicos momentos de hombres sin arcabuces, en medio de la selva y provistos tan sólo de sus crucifijos, materialización de esa Fe inquebrantable que hace explicable lo inexplicable ante los atónitos ojos del siglo XXI. No perdamos de vista el Norte, porque sino, creeremos que antes de 1810, se vivió una “siesta colonial” y nada sería más erróneo que esa concepción, negación de lo evidente. Que los cronistas de ayer inspiren a los de hogaño a continuar esta digna labor, porque de lo contrario la Historia perdería la savia que la sustenta: los documentos. Y ya sabemos que, “sin documentos, no hay Historia”…
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